jueves, 9 de noviembre de 2017

Hoy continuamos con el relato ganador de 3º de ESO, cuya autora es Renatta Franco García del curso 3º ESO B.
Esperamos que disfrutéis de su lectura.



El llanto inocente
Aquel día me levanté, cogí mi bicicleta y me dirigí al bosque, a tomar el atajo de siempre que me conduciría a mi escuela de pintura.
Pasé por debajo de una zona muy grande y con muchas hojas, intentando esquivarla, pero me fue en vano, pues di con una de sus hojas en la cara y me cayó todo el agua de la tormenta que hubo la noche anterior.
Rodeé un charco y salí a una arboleda donde se encontraba un riachuelo y ahí fue donde empezó todo.
Escuché un suave llanto, como el de un niño pequeño. Frené la bicicleta y me bajé de ella. Me manché todas las botas de barro. Me dirigí a las rocas de donde proveía aquel sollozo, y allí había un niño pequeño de unos siete u ocho años, con toda su peculiar ropa mojada, con grandes manchas de barro y le faltaba un zapato. Co un color de piel paliducho donde se marcaban sus grandes ojeras. Me acerqué aún más a él. Él me miró y me saludó. Fue en ese momento cuando decidí hablarle:
-          Hola pequeño, ¿Qué te ha pasado? Dije con un tono de voz dulce.
Me contó que había tenido una accidente y que si lo podía llevar a su casa que se encontraba al final del camino. Ya que me cogía de paso, accedí. Lo monté en la parte trasera de mi bici, pues decidí ayudarlo.
Una vez sentado en el portaequipaje y agarrado a mi cintura, empecé a pedalear y entablé una conversación. Él, comenzó contándome que había tenido un accidente causado por una tormenta. Iba con su familia en su coche, con su hermano mayor y sus padres cuando cayó, justo delante de ellos un rayo, haciendo que su padre, que iba conduciendo, frenarse de golpe y al acto comenzase a derrapar. Al despertarse, ya no estaba ni el coche ni su familia, solo él en aquel lugar.
A cada paso que me iba contando esto, notaba una forma de expresarse y una fluidez muy extraña, pues me resultaba antigua, igual que cuando hablaba con mi abuela y a la vez iba notando un peso excesivo en la parte de atrás de la bici, pero él seguía hablando tan normal y yo seguía escuchándolo.
Me contaba,  con voz tenebrosa, que pasó la noche solo, en el bosque, durmiendo entre unas grandes rocas a pie de un árbol. Pasó frío, angustia …hasta que como él expresó con ilusión, llegué yo. Su historia me conmovió. Era tan pequeño, indefenso…
Seguí pedaleando como nunca y seguí notando aquel peso. Entonces, pensé en girarme para ver aquello que me inquietaba….y acto seguido, lo vi.  Aquel niño pequeño, deforme, con las piernas  arrastrando, sus larguísimos brazos caídos por encima de las piernas. Lo miré a la cara, cara que estaba tan estirada que se deformaba su rostro. Lo fui a tocar y desapareció. No estaba. Miré a mi alrededor y no estaba tampoco. No entendía nada…¿me habría vuelto loca? Me bajé y me senté en el suelo para recapacitar. Al cabo de un rato opté por ir a la escuela que estaba muy cerca y era mi mejor opción. Pedaleé a toda velocidad y entonces escuché su llanto. Venía de detrás de mí. Me giré. No estaba y cuando volví a mirar hacia delante, allí estaba, parado en frente de mí y entonces choqué contra él y caí. Me levanté y salí corriendo, gritando y no volví a mirar hacia atrás.
Pasadas unas semanas, aún no me lo creía. Investigué, ya que me sonaba mucho lo ocurrido y encontré en un libro de mi madre una antigua leyenda, mito…que decía:
“Si en aquel, aquel bosque, su llanto oyes, huye y corre, no mires hacia atrás ni hacia delante….solo corre o te pillará y será espeluznante”.
Cuenta la leyenda que si alguna vez vas al bosque solo y empiezas a escuchar un llanto leve, un sollozo, un llanto….solo huye o no querrás acabar como él, pues esto demuestra que por muy inocente que parezca algo…no siempre lo va a ser”.

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